Estimados:
Todo tiene un origen. Todo tiene raíces. Todo tiene un por qué. El de la creación de este blog tiene nombre y apellido, pero no el mío, sino el de mi padre: Héctor José Velázquez. El primer sanmartiniano que la vida me permitió conocer. Nacido en la provincia de Entre Ríos en 1936, se crío en el seno de una familia vinculada al sector agropecuario que llegó a alcanzar una importante posición económica y social en una porción de la provincia mesopotámica durante las décadas de 1930/1940. La sorpresiva y temprana muerte de mi abuelo, Manuel Isidoro Velázquez, precipitó la caída de un emprendimiento que, buscando equivalentes actuales, prometía ir más allá de una PYME. Vendrían la fragmentación del capital logrado por Don Manuel entre sus herederos (esposa y 10 hijos, mujeres y varones algunos casados otros solteros, algunos adultos y otros, como mi padre, menor de 10 años de edad), y la acción de algunos abogados y contadores rapiñeros. Lo más grave para la continuidad del proyecto fue que mi abuelo no había tenido tiempo de formar a un conductor, a un CEO (diríamos hoy) que lo sucediera. Como quiera que sea, la buena vida de muchos se terminaría con la desaparición física del productor y caudillo radical que supo pagar a sus peones lo que años después sería ley con el primer gobierno del Presidente Juan Domingo Perón: el aguinaldo. Mi padre, aún niño, busca refugio en los libros, en sus hermanos, en la naturaleza que lo rodea, en su madre Margarita Ledesma de Velázquez de carácter recto pero cariñoso, forjado en el entrenamiento que le dio tener que seguir a un hombre emprendedor e incansable como mi abuelo. Ya mayor de edad Héctor José se dedica a la aventura, a recorrer caminos, a disfrutar de sus amigos, a gozar de la vida, a dilapidar ese dinero que hace poco me confesó sintió que le había quitado a su padre. Con estos antecedentes y como todo aventurero, poco afecto a estar encerrado en aulas, a fines de la década de 1960 se las vio negras para conseguir un lugar en el mundo, para llevar adelante el proyecto de formar un hogar con quien terminaría siendo su esposa y mi madre: Lucía Natividad Garay (entrerriana de Concepción del Uruguay, descendiente de aborígenes y vascos). Tuvo que hacerse trabajador, agachar el lomo, atarse al yugo, como quieras denominarlo. Así empezó, ya arraigado en la Ciudad de Buenos Aires, una trayectoria de 30 años como obrero metalúrgico; comprometido siempre con la defensa de los derechos de sus pares llegó a ser un importante referente como delegado de base en la Seccional San Martin de la Unión Obrera Metalúrgica. Con una preparación intelectual que sorprendía (y sorprende) nacida en aquellos años de la infancia en los que los libros fueron sus mejores amigos, con un apretón de manos triturador y una palabra de hierro, con ese tono cantarín entrerriano , campechano, que a pesar de los años que lleva en Buenos Aires aún no se le ha borrado, supo rechazar propuestas de importantes sumas de dinero y posición, por no alejarse de sus compañeros obreros de fábrica, por no abandonar la trinchera, aún en tiempos bravos, confusos, dolorosos, como la década de 1970. Quién sabe, ¿podría haber tenido una vejez más cómoda de haber aceptado alguna de aquellas propuestas? es muy posible. Pero los hombres tienen que luchar con su conciencia, encontrarse con sus errores y sus fantasmas, todos los días, especialmente cuando suceden algunos silencios o cuando llega la hora de dormir. Que les puedo decir, el primer sanmartiniano que conocí, si bien en la actualidad sufre de algunos dolores del cuerpo propios de la edad y de haber sostenido varias batallas con la enfermedad, ahí está dejando como legado para sus nietos y para los que quieran: garra, conducta y corazón (con triple by pass incluído). Los beneficios, me ha dicho, son muchos, el principal: que duerme bien tranquilo, y que se siente respetado y querido con sinceridad. Les dejo un abrazo sanmartiniano. Héctor Velázquez.
lunes, 13 de julio de 2009
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